El sueño de Lola


   
    -Relato-

         A veces tengo sueños, sueños muy perturbadores. Hay uno de ellos en concreto que no puedo apartar de mi mente. Hace ya más de diez años, y aún sigo recordándolo con tal nitidez, que pienso, realmente, que con aquel sueño volví a nacer de nuevo. Hubo algo en mi interior que verdaderamente cambio. No sabría decir que fue con exactitud, pero tras ese mes, tras esos 31 días de Agosto, Lola, la Lola que todos conocían cambió, se esfumó. Una gran parte de mí murió aquella noche, y lo que quedó, me formó como persona, como la persona que soy hoy en día. Una persona que por circunstancias de la vida, escogió el camino equivocado.

        Era un sueño repetitivo. Cada noche, me invadía la misma sensación de asfixia, no podía respirar. Me levantaba de la cama y me dirigía hacia la ventana, no veía nada, estaba totalmente oscuro. La abría y sacaba una pierna, luego otra, y me quedaba sentada con las piernas colgando. Miraba hacia abajo, cinco pisos me separaban del suelo. Me giraba muy despacio y empezaba a descender por la fachada. Primero un pie, luego el otro. Me agarraba con fuerza a cada ventana, a cada saliente, un movimiento en falso y estaría muerta. Cuando llegaba al primer piso, ya no quedaban ventanas a las que agarrarme, tenía que saltar. Dudaba unos segundos, estaba alto, estaba muy alto, pero debía hacerlo. Cerraba los ojos y me dejaba caer. Cuando los abría estaba de pié justo frente al portal de entrada. La puerta estaba abierta, corría hacia el interior y subía las escaleras de dos en dos. Entraba en casa, volvía a la habitación, me tumbaba en la cama y la misma sensación de asfixia me oprimía el pecho. Volvía a levantarme, iba hacia la ventana, la abría de nuevo y volvía a descender. Así, una y otra vez. Me encontraba dentro de un bucle del que me era imposible salir. El mismo sueño, noche tras noche, durante treinta días.

        El día treinta y uno de Agosto, el mismo sueño, la misma sensación de asfixia. Me dirigí hacia la ventana, saqué las piernas, me quedé sentada, observando, estaba amaneciendo. Empecé a descender, ya no tenía miedo, primero un pie, luego el otro, una mano, luego la otra. Ya veía el suelo, y esta vez parecía estar más cerca. Cerré los ojos y me dejé caer, pero esta vez había algo nuevo ahí abajo. Noté una descarga, aún recuerdo el olor a carne quemada. Algo había salido mal aquel día. De pronto oía gente, miraba hacia abajo y me veía a mí misma señalándome con el horror dibujado en la cara. De pronto se invertían los roles, y yo estaba abajo observando cómo me había quedado enganchada en unos cables de alta tensión.

        Aquel uno de Septiembre cuando desperté del sueño, algo en mí había cambiado. Aquel sueño me hizo abrir los ojos e irme de casa, alejarme de lo que me hacía daño. Emprendí una nueva vida, pero escogí mal, ese hilo del que pende la vida de cada uno, se rompió, y acabé repitiendo mi desgracia. Desgracia que me tocó vivir en la niñez, y que ahora, inconscientemente, sigo teniendo como mujer. 
¡Te odio Manuel!

B. V.

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