Cordura o locura, esa delgada línea


-Artículo-
  ¿Cómo diferenciar la cordura de la enajenación mental? ¿Cómo estar seguros de que la persona que tenemos frente a nosotros es confiable? ¿Cómo distinguir a un demente de una persona cuerda? ¡Una ardua tarea!
Solemos tachar de desequilibradas a las personas por su apariencia de abandono y ademanes lunáticos. Bajo nuestra mirada juiciosa, los excluimos de nuestro círculo, el que -creemos- se rodea de personas que están en su sano juicio. Deberíamos preguntarnos si las personas a las que hemos dado la oportunidad de estar en nuestro entorno deberían estar en él, o no. Personas a las que acabamos de conocer y automáticamente les concedemos nuestra amistad por el mero hecho de ser educados/as, guapos/as y vestir ropa recatada; por haber viajado y hablar varios idiomas; por tener un buen nivel adquisitivo y un coche lujoso. Así somos los humanos, nos deslumbramos por la fachada y no miramos en el interior, que es donde realmente se llega a conocer a las personas. Nos quedamos impresionados con discursos bien narrados de un completo desconocido y damos por sentado que es cierto todo lo que nos dice. Llegamos a creer historias tan inverosímiles, como que el ser humano puede volar. Cuando alguien se expresan con cordura y fundamentos, hasta las locuras se nos antojan verdades.
Es el poder de las palabras, el don del buen narrador, el pragmatismo de las personas el que nos dificulta valorar si la exposición es una simple historia en la mente de una persona que no discierne de la realidad o si posee autenticidad. Al estar tan inmersos en sus creencias, son verdaderamente locuaces, y nos hacen recapacitar sobre temas que en boca de personas de nuestro entorno no hubiéramos siquiera prestado atención; es más, habríamos dicho que eran demencias y habríamos zanjado el tema con un ¡no sabes lo que estás diciendo! Ahora, si llega un completo desconocido y nos hace una buena exposición, nos quedamos boquiabiertos y valoramos altamente todo cuanto nos dice.
Tenemos sensores que nos indican, según el juicio de cada uno de nosotros, quién es bueno o quién es malo, independientemente de equivocarnos. Pero aun dándonos cuenta de que esa persona que nos deleita con historias de marcianos no está muy bien de la azotea, seguimos en nuestros trece pensando que quizás haya encontrado o visualizado algo que a nosotros se nos ha pasado por alto. Recordamos a personas como Leonardo da Vinci, uno de entre tantos visionarios que diseñó un avión en el siglo XV, e imaginamos lo que pensaría la gente de ese disparatado artilugio. Le damos el margen de la duda a una persona que nos persuade con una idea bien detallado, por el mero hecho de pensar que podría estar en lo cierto.
¿Y si yo pienso que no es cierto y luego resulta ser verdad, y lo he puesto en entredicho? ¿Y si resulta ser el primer ser humano en volar, y yo lo he tachado de desequilibrado? Pero... ¿cómo saber discernir entre un lado u otro? ¿No creéis que en el siglo XV también tildaron de locos a los visionarios que expusieron su idea de surcar los cielos?
Es tan delgada la línea que delimita la cordura de la locura, que nunca sabremos diferenciar a un lunático de una persona cuerda, exceptuando, por supuesto, los casos que son obvios a nuestros ojos. Los casos donde alguien dice ser Juana de Arco o Joda de La Guerra de la Galaxias y aquellos otros, que por desgracia no logramos a percibir a tiempo, en los que personas inocentes perecen en manos de ejecutores que dicen seguir el mandato de una voz interior.
Estemos alerta. Hay personas con gran elocuencia persuasiva que pueden hacer que creamos lo que ellos deseen por muy inalcanzable que nos pueda parecer. Por eso, hay que tener siempre los pies pegados al suelo y no dejarse arrastrar por corrientes a las que no pertenecemos, y ante todo, no hacer juicios premeditados de personas a las que no conocemos.

Beatriz Vidal

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